Ayer me vi.
Por fin, ayer logré verme.
No me había dado cuenta de lo bien que me sentaba este aire de mujer fatal, lo mucho que lucía en mi la tristeza, lo verdes que se veían mis ojos llenos de lágrimas y lo rojos que estaban mis labios de tanto mordérmelos.
Sí, ayer me vi.Me vi tan guapa como triste. Pero no me preocupó.
Y hoy he salido a la calle.
He escondido la tristeza por unas horas, he cambiado las lágrimas por maquillaje y el rojo de la sangre por el del carmín.
Y me he vuelto a ver. Ni guapa ni triste, ni yo sin ti, pero ya no tan yo contigo.
No sé si me explico, pero me entiendo.
El caso es, que hasta me he atrevido a sonreír. Y he sonreído por y para mi.
Y he caminado tanto que me he cansado y me he tenido que sentar en un banco, no el de siempre, otro, cualquiera y cuando me he sentido con fuerza para levantarme de nuevo, lo he hecho, sin esperar a que nadie me ayudase, porque esta vez, he querido hacerlo sola. Y he podido.
Y he vuelto a casa y me he vuelto a ver, con los ojos llenos de lágrimas, el maquillaje corrido y sin saber muy bien de donde salía el rojo de mis labios.
Pero ha estado bien, porque ya no tenía aire de mujer fatal, ni necesitaba tristeza para ser.
Era. Sin ella, sin ti, sin ellos.
Yo.
Y de momento, es más que suficiente.
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